domingo, 12 de junio de 2011

Una lluvia de gemas en Orión.-



Imagínate la escena. Te encuentras en la constelación de Orión, frente a una lejana protoestrella en formación que, una vez culmine su fase embrionaria, será similar a nuestro Sol.

En ese punto observas al astro en formación , llamado HOPS-68, que aparece rodeado de la típica nube de gas y polvo en fase de colapso, y de pronto - como en un cuadro surrealista - aprecias diminutos cristales de un mineral verde llamado olivina cayendo en las regiones exteriores de la protestrella, cual lluvia de joyas.

Eso precisamente es lo que por primera vez, han observado los astrónomos mediante el telescopio espacial Spitzer de la NASA.

Y el debate ha comenzado. ¿Cómo han llegado esos cristales allí?
Los principales sospechosos son los choros de gas que emanan a ráfagas de la propia estrella embrionaria. Según Tom Megeath de la Universidad de Toledo en Ohio: "Para que se formen estos cristales necesitas temperaturas similares a las de la lava".

En la opinión de este científico, que es el autor principal de la investigación, los cristales debieron "cocerse" cerca de la superficie de la estrella en formación, y después transportados por los chorros que emanan de la protoestrella a las nubes mucho más frías de los alrededores. Tras esto, los cristales volverían a caer sobre el disco que rodea a HOPS-68 como si fueran brillantina.




Un cristal de Forsterita
Los cristales son en realidad de forsterita, un silicato de la familia de la olivina que se encuentra presente en todas partes, desde las comunes gemas de peridoto a las remotas galaxias, pasando por las verdes arenas volcánicas de Hawaii.

Anteriormente ya se habían observado estos cristales de forsterita cayendo sobre los discos de escombros a partir de los cuales se desarrollan los planetas en formación que rodean a las jóvenes estrellas. Sin embargo en esta ocasión, se los ha detetado en las frías zonas exteriores de la nube en fase de colapso que rodea a la protestrella.

Esto ha hecho que los astrónomos se sorprendan, pues no sabían que las emanaciones de gas de las protoestrellas pudieran transportar a estos pequeños cristales a tales distancias. Sin duda este hecho podría explicar por qué los cometas, que se forman en las gélidas zonas que bordean los sistemas solares, contienen esta misma clase de cristales.

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